domingo, 24 de febrero de 2013

NO juicios.

No es malo que se te llene el pecho de rabia cuando otras personas no son capaces de ver tu realidad, que esa frustración emane de tus ojos con unas sencillas lágrimas de desilusión. No somos culpables, ni ellos tampoco. 
Conocemos nuestra visión, pero resulta una tarea muy compleja el intentar ver con ojos ajenos, transformar la opinión que creamos ante algo, y mucho más difícil aún intentar sentir algo que no somos capaces de entender.
Para ello tenemos que abandonar a nuestras razones y sólo ocurrirá cuando deseemos ayudar a esa persona sinceramente.

Todos somos capaces de juzgar, lo hacemos casi sin percatarnos de que está ocurriendo, lo difícil es no hacerlo. 
Si fuéramos capaces de sentir esa frustración que puede sentir una persona cuando es mal juzgada, inequívocamente y sin ocasión de defenderse, nos pensaríamos más de dos veces las razones que argumentamos para juzgarla. 
Todos merecemos la oportunidad de defender nuestra visión, de tener credibilidad y que nos demuestren que merecemos ser escuchados. En caso contrario, nos empujan a que nuestros complejos recobren más fuerzas, que nuestro silencio tenga más participación en nuestra vida que nuestra palabra y que busquemos un escondite donde sentirnos protegidos. 

Por todo esto no debemos juzgar a nadie. Cada persona es libre de defender sus ideales y su felicidad en gran medida depende de la aceptación del resto. 
La felicidad no conoce de juicios, ni culpables, sólo de la libre decisión y del bien sentir que provoca hacer lo que se ama.

Si de verdad te importa debes motivarle para que consiga lo que desea, no le arrebates su ilusión.

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